El reciente anuncio de Arabia Saudí con respecto a sus combatientes en Siria no es un mero detalle que se pueda pasar por alto. Se trata, en realidad, de una seria indicación que muestra hasta qué extremo EEUU está presionando a Arabia Saudí, incluyendo la amenaza de cancelar la esperada visita del presidente Barack Obama al reino. Sin embargo, la historia tiene otra dimensión: el preocupante retorno de los combatientes saudíes que luchan en Siria a Arabia Saudí.
Los saudíes temen el regreso incontrolado de esos combatientes a su país. Dos condiciones han sido fijadas. La primera es que un retorno debería tener lugar, con precauciones de seguridad, a través de la Embajada saudí en Turquía, tal y como fue mencionado por el embajador saudí en Ankara el 6 de Febrero. La segunda posibilidad significa su dispersión por diferentes frentes en todo el mundo, como sucedió ya anteriormente con los saudíes que combatieron en Afganistán.
Las órdenes reales en Arabia Saudí son sólo emitidas en el caso del relevo de un emir de sus funciones, de su nombramiento para un alto cargo o de un tema muy importante que requiere de la más alta autoridad del Estado. En este sentido, la orden real emitida el 3 de febrero supone un claro indicador de que el tema sobrepasa la autoridad del gobierno. Es lo que puede ser descrito como “una promesa escrita” del propio rey.
Tres puntos pueden extraerse de dicha orden real:
En primer lugar, la orden real fue emitida en el contexto del debate de los medios sobre la supuesta visita del presidente de EEUU, Barack Obama, a Riad a finales de Marzo. Al principio de este mes, algunos periódicos estadounidenses, como el Wall Street Journal y el New York Times, publicaron noticias sobre la visita. La Embajada de EEUU en Riad rápidamente contestó afirmando que la Casa Blanca no había dicho nada al respecto. “La Embajada no tiene ninguna información sobre esta visita y no puede realizar ningún comentario sobre ella”, dijo el agregado de prensa de la Embajada de EEUU, Stewart White. Sin embargo, poco después de que se aprobara la orden real el 3 de Febrero, la Casa Blanca anunció inmediatamente la visita de Obama a Riad.
La orden real fue la más larga en la historia de tales decretos, con excepción de los relativos al presupuesto. En resumen, ella supone una amplia condena de los actos terroristas en los que ciudadanos saudíes estén implicados en todas sus formas. La orden menciona tanto a los civiles como al personal militar y los predicadores que incitan o glorifican al extremismo religioso o ideológico y pide las sentencias más severas posibles contra todos ellos.
Según las informaciones disponibles, responsables estadounidenses presentaron a los saudíes un extenso dossier a finales del pasado año. En él, se incluían pruebas irrefutables sobre la implicación de Arabia Saudí en las actividades terroristas en Iraq, Siria, Líbano, Yemen e incluso en Rusia. El dossier está ahora en manos de la comunidad internacional y podría llevar a una censura de Arabia Saudí ante el Consejo de Seguridad de la ONU y a la clasificación de Arabia Saudí como estado patrocinador del terrorismo internacional.
Este mensaje fue escuchado claramente por los saudíes. Washington dejó claro a los dirigentes saudíes que era imposible incluir el terrorismo en el tratado de protección y defensa estratégica firmado en los años cuarenta entre el presidente de EEUU, Franklin Delano Roosevelt, y el rey saudí Abdul Aziz. La cuestión del terrorismo es un asunto internacional y no pertenece a los acuerdos bilaterales.
Arabia Saudí sintió entonces la amenaza, lo que requirió un rápido reposicionamiento de la más alta autoridad del reino. Algunos en el seno de la familia real entendieron que se trataba de una precondición para la visita de Obama a Riad con el fin de allanar las preocupaciones de EEUU y la comunidad internacional, que no tienen ya dudas sobre la implicación saudí en la mayoría de acciones terroristas en la región y el mundo.
En segundo lugar, la orden real tiene un claro mensaje para los combatientes saudíes, civiles y militares, principalmente en Siria, pero también en Iraq, Líbano y otros lugares. Ella significa que un duro destino les espera si deciden regresar a casa. Con el fin de vitar este duro castigo, ellos deben permanecer fuera de las fronteras saudíes y continuar su misión hasta que perezcan o se dispersen por otros frentes de guerra, como sucedió con el primer contingente de combatientes árabes que lucharon en Afganistán y los que actuaron después en Iraq en 2003, en el Líbano en 2007, durante los enfrentamientos en Nahr al Hared, y los que actualmente luchan en Siria en base al acuerdo entre el jefe de la Inteligencia saudí, Bandar bin Sultan, y el ex jefe de la CIA, David Petraeus, en el verano de 2012.
Arabia Saudí había puesto en práctica un doble juego. En público, había expresado un forzado rechazo a la participación de los saudíes en la lucha en el extranjero y a la recogida de donaciones para Al Qaida y sus antiguos y nuevos subsidiarios. Por otro lado, animaba en secreto a sus ciudadanos a luchar en Siria y financiaba y armaba a los terroristas allí.
No hay duda de que la orden real supone una puñalada en la espalda al gran patrocinador del terrorismo, el príncipe Bandar bin Sultán, hijo del ex príncipe heredero Sultán y sobrino del rey Abdulá. Su misión ha quedado ahora probablemente interrumpida tras la aprobación de la orden real.
Las reacciones de los que apoyan a Al Qaida en los medios sociales indican una extensa ira contra Arabia Saudí por engañar a estos combatientes de forma continuada, cosa que hizo primero en Afganistán, luego en Iraq, más tarde en el Líbano y ahora en Siria. De este modo, muchos combatientes saudíes y los que les apoyan están comenzando a ver la orden real como un acto de provocación. Por su parte, los sabios religiosos y predicadores a sueldo del gobierno saudí han emitido fatuas afirmando que luchar en el extranjero es un “acto de sedición”.
Aunque Arabia Saudí puede escudarse detrás del argumento de que nunca ha proclamado oficialmente que apoyara a los combatientes que se iban a luchar al extranjero, incluyendo en Siria, los observadores poseen pruebas abrumadoras de la complicidad de los círculos políticos oficiales, los medios de comunicación y las instituciones religiosas saudíes en el envío de miles de saudíes a combatir a Siria. Hay que recordar, en este sentido, el envío de cientos de militares saudíes a luchar allí, a pesar de la prohibición general que pesa sobre ellos de viajar al extranjero.
La mención del personal militar y el severo castigo que les espera no fue fruto del azar. Ella no habría tenido lugar sin que existieran unas pruebas bien documentadas acerca de la participación de un gran número de militares saudíes en la lucha en Siria, que se infiltraron en ese país con la colaboración del ministro de Defensa saudí, príncipe Salmán bin Sultán, el hermanastro de Bandar.
El tercer punto relativo a la orden real es que implica que la guerra en Siria está llegando a su fin y que los grupos armados están perdiendo las fuentes de aprovisionamiento en armas, financiación y entrenamiento. Esto podría significar el fin del papel de Bandar bin Sultán, que ha partido hacia EEUU para unas largas vacaciones con la excusa de un “tratamiento médico”.
Esto nos lleva también a la propuesta irano-turca, que suministra a Arabia Saudí una salida decente de la ciénaga siria con la condición de que abandone gradualmente su apoyo a los insurgentes. Resulta claro que los dos países han comenzado a establecer una coordinación de alto nivel para oponerse al terrorismo. Después de las previas dudas de Turquía a dar a este tema una seria consideración, según el punto de vista de los iraníes, ese país está ahora comenzando a prestar una atención mucho mayor a este asunto tras la reciente visita del primer ministro Recep Tayyip Erdogan a Irán.
De este modo, el régimen saudí, que teme el retorno de sus combatientes radicalizados y entrenados en la lucha, ha publicado una lista de duros castigos para intentar disuadirles de volver al país y evitar al mismo tiempo las condenas internacionales por su apoyo al terrorismo. Lo que es más peligroso, desde la perspectiva saudí, serían las posibles sanciones internacionales que esperan al reino si no deja de financiar el terrorismo a nivel global.
Es necesario también llamar la atención sobre las concesiones realizadas por Arabia Saudí en otros temas con el fin de alejar el espectro de las acusaciones de apoyo al terrorismo. Durante la reciente visita a Riad, el secretario de Estado de EEUU, John Kerry, describió la posición de las autoridades saudíes sobre las negociaciones palestino-israelíes con unas frases enigmáticas. Él dijo que sentía un “gran entusiasmo” en este tema en un tiempo en que nada permitía justificar tal actitud.
Aquí la información se superpone. El dossier terrorista presentado por EEUU a sus homólogos saudíes y el referido a las negociaciones palestino-israelíes. Fuentes cercanas a la Autoridad Nacional Palestina en Ramalá han señalado que Kerry ha pedido al jefe de la ANP, Mahmud Abbas, que reconozca a Israel como “estado judío” a cambio de un estado palestino con Jerusalén Este como capital. Esto supondría el inicio del abandono gradual del principio del derecho al retorno y la absorción de los palestinos por los países árabes donde residen ahora como refugiados además de por Australia y Canadá.
Fuentes palestinas añaden que el presidente Abbas mostró su reticencia a llevar a cabo semejante renuncia sin una cobertura de influyentes estados árabes, principalmente Arabia Saudí. Kerry aseguró a Abbas que él personalmente se ocuparía de esa tarea.
¿Hay alguna relación entre el entusiasmo mostrado por Kerry en Riad y sus garantías a Abbas? En general, puede decirse que la orden real saudí es el signo de una nueva etapa.
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