"Me saqué el dinero del rescate del culo". Así, de esta forma tan escatológica, comentaban telefónicamente entre sí dos altos ejecutivos del Anglo Irish Bank el mecanismo con el que habían conseguido embarcar al gobierno irlandés en el rescate de su banco.
Un rescate que acabó suponiéndole al bolsillo de los irlandeses la friolera de 30 mil millones de euros, que se dicen pronto y se traducen, silenciosamente y como quien no quiere la cosa, en dolor y sufrimiento para millones de personas que ven cómo se les recorta el acceso a las prestaciones sociales básicas necesarias para mantener un nivel de vida digno.
Así, de esa manera tan escatológica, se vanagloriaba uno de los ejecutivos de banco ( John Bowe, director de Mercados de Capital y director de Tesorería de la entidad, para más señas) de cómo había engañado al gobierno irlandés sobre la magnitud del pufo que habían cometido en el banco planteándole, inicialmente, que iban a necesitar una menor cantidad de dinero para sanear el banco de la que realmente era necesaria. Una vez que el gobierno inyectó 7.000 millones de euros, se descubrió que la magnitud del agujero era mucho mayor pero, claro, el gobierno ya había comprometido esos recursos y prefirió nacionalizarlo a dejarlo quebrar. La resultante final fue que al Estado irlandés la nacionalización de un banco quebrado le costó 30 mil millones de euros.
Así, de esa manera tan escatológica, Bowe nos demuestra cómo los financieros son capaces, desde el más absoluto desprecio, de sacrificar el bienestar de los ciudadanos para preservar el interés de los rentistas y todo ello, al parecer, por nuestro propio bien. Y es que si hay algo que los medios de comunicación -propiedad en muchos casos de esos grupos financieros- se han encargado de meter en nuestras conciencias es que un banco nunca puede quebrar; que cuando quiebra un banco es como si a una persona le diera un infarto, todo puede colapsar. Asumir eso significa, ni más ni menos, que mientras que cualquier pequeño o gran empresario puede ver como su proyecto empresarial se despedaza en un concurso de acreedores para poder hacer frente a sus deudas, un banco que tenga de su parte a un gobierno afín o cooptado estará en disposición de sustraer todos los recursos públicos posibles para evitar que sus accionistas y bonistas vean volatilizarse su inversión.
La conclusión no deja de ser interesante: este capital financierizado, que necesita crecientemente de la desigualdad para poderse mantener en funcionamiento, ha comenzado un ejercicio de canibalismo sobre su propia clase. De la ofensiva contra el trabajo y el Estado (sus enemigos naturales) ya no se salvan tampoco el pequeño y mediano capitalista, el industrial o el emprendedor (sic).
El capitalismo de crisis ya no da para que todos los capitalistas puedan pertenecer al club de los privilegiados, a ese 1% que controla la mayor parte de la riqueza y de las conciencias a nivel mundial, y ha empezado a devorar sus tentáculos más débiles. O eres o no eres del club y, si no eres, no esperes clemencia: bienvenido a la olla en la que nos están cocinando a todos a fuego lento; al fondo hay sitio.
Así, de esa manera tan escatológica, Bowe nos muestra cómo un banco puede engañar a un gobierno; cómo un gobierno puede empobrecer a sus ciudadanos; cómo la democracia de baja intensidad ya no sirve para protegerse frente al retorno del Absolutismo revestido, esta vez, no de armiño sino del poder de crear deuda; cómo el poder popular ya no puede ponerse en manos de representantes que obtienen de las urnas una legitimidad democrática que convierten en patente de corso para actuar contra quienes los eligieron y a favor de quienes los financian. En definitiva, Bowe nos enseña cómo y cuánto de podrido está el sistema.
Así, de esta manera tan escatológica, Bowe nos trae la sospecha de que, si en Irlanda pudo suceder, por qué aquí no. Si allí el gobierno fue engañado, para que mantuviera el banco con vida, ¿por qué aquí no ha podido ocurrir en el caso de Bankia algo similar existiendo unos canales aún más estrechos entre su dirección y el gobierno? ¿Qué diferencias existen, en definitiva, entre el caso del Anglo Irish Bank y el caso de Bankia? ¿Tan sólo un ejecutivo soberbio y mal hablado? No, no es esa la única diferencia. Hay, al menos, un par de ellas más.
La primera es que, mientras que aquí el principal gestor de la institución durante muchos años entra y sale de la cárcel casi instantáneamente a golpe de presión de la fiscalía para que no se investigue su gestión o que a su sucesor le ofrecieron un puesto de ejecutivo en Telefónica por los servicios prestados por llevar el banco a la quiebra definitiva, en Irlanda se abrió una investigación que llevó al banquillo a sus principales ejecutivos.
Y la segunda es que allí, viendo el agujero sin fondos en que se había convertido la institución rescatada y posteriormente nacionalizada, el gobierno decidió liquidarla y dejar de inyectar dinero público en un banco quebrado. Aquí la historia de Bankia aún no sabemos cuánto costará finalmente al erario público, cuántos derechos tendremos que ver recortados para mantener con vida un banco zombi que supo repartir, a diestra y siniestra, innumerables prebendas. De momento sabemos que ya nos ha costado cerca de 37.500 millones de euros. Así que puede que en Irlanda las cosas vayan tan mal como aquí, pero allí al menos hay algún banquero en la cárcel y, aunque sabemos que una flor no hace primavera, no por ello deja de alegrar la vista.
En definitiva, de esa forma tan escatológica como directa, Bowen nos decía que la banca y las finanzas nos están ahogando en su mierda. Y disculpen por la grosería, pero esta vez no empecé yo.
Texto de Alberto Montero Soler (profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga
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